domingo, 8 de noviembre de 2009

Leaving New York, never easy


Domingo, último día. Nos levantamos con algo que antes no teníamos... los anillos de compromiso!!! Y en este caso la palabra compromiso no tiene un significado de carga; todo lo contrario: es liberación, es unión, es soltarse y animarse, confirmar con un acto, representar con un gesto, que queremos seguir creciendo juntos.
Pero me cuesta hablar más sobre esto en el blog, como dice Ceci, es algo muy íntimo. Sólo quería compartir mi alegría con ustedes!

La resaca de la noche de festejo nos ata a la cama mucho más de lo usual ¡consigo levantarme a las 11! El plan de ir a Harlem a escuchar Gospel queda descartado (y sumado a la lista de cosas para hacer cuando volvamos a esta ciudad).
Salimos al mediodía desesperados por comer algo: es el momento de probar el famoso brunch, una mezcla de desayuno y almuerzo, un desayuno potente, pongamoslé. Recorremos el hermosísimo Village una vez más en busca de un buen lugarcito para reponer fuerzas -jugando hablamos de nuestros barrios preferidos para vivir, Ceci elige éste, a mi me gusta más cerca del río-. Encontramos el histótico Cornelia Street Café, recomendado por el Gran Horacio (aquí arrancó Susan Vega). Esperamos un buen rato porque el brunch de los domingos en los lugares como éste son muy concurridos, pero vale la pena. Farmers breakfast (scrambled eggs, con tocino, sobre una ensalada verde (no voy a decir colchón de hojas, no), acompañado de té y café, croissant, pan de chocolate tibio y jugo de naranja. El precio es razonable (si no lo traducimos a pesos, claro), pero nos matan con el ¡18 por ciento de "service charge! hijuesumadre. Vale la pena, nos sentimos repuestos, el alma vuelve al cuerpo, la cabeza recupera su foco y ya estamos para caminar... un poquito. Hoy decidimos hacerla "nice and easy". Una pasada por la tienda Brooklyn Industries, de lo mejor en ropa a buen precio, saludamos a Nuria, la vendedora catalana que es muy dulce con nosotros, le contamos de nuestro "engagement" y se pone feliz, llama a otra vendedora negra que sonríe con esos dientes blanquísimos; es un momento muy emotivo, sobre todo por la onda de las dos y porque son los primeros en saberlo cara a cara.
Nos felicitan, nos abrazan. Nuria está acostumbrada a dar dos besos en el cahcete y yo la dejo pagando con el segundo! nos reímos todos.
El día está increíble, el mejor clima de todos los que tuvimos, casi 20 grados... entonces enfilamos para el Hudson River, que es casi un mar (ya lo dije creo, pero es algo que me fascina). Se ven veleros, New Yersey, la Estatua de la Libertad. El Hudson River Park es nuevo para nosotros, una gran lengua que se mete en el río, como un muelle pero grande como un parque grande. Todos están en la suya: en la punta, unas 20 parejas bailan tango debajo de un gran gazebo público, nos recostamos un rato largo a mirar y escuchar -prometemos aprender a bailar tango para la próxima... y es que los viajes activan tanto la chispa del deseo!-; disparo muchas fotos (otra de las cosas que quiero estudiar, desde siempre), nos dejamos llevar por ese río y las miradas se pierden. Ceci me había dicho en el bar que se sentía rara porque estaba triste y contenta. Y es tan simple como eso. La felicidad de todo lo vivido, la tristeza de que se termine, la ilusión de seguir viajando juntos... la seguridad de que acá vamos a volver pero que mañana nos tenemos que ir.
En el parque nos quedamos maravillados con un hombre pelado, muy masculino, que se mueve en una mezcla de danza y arte marcial con dos telas de seda formando figuras en el aire, que giran y se cruzan; sus piernas se mueven como si fuera un ballet, todo ese movimiento es muy femenino y contrasta con la imagen que da. Filmo. Y después le pregunto cómo se llama eso que hace. Flag dance, una mezcla de arte marcial, con danza china. Se llama Mark Stewart, tiene 54 años, y nos dice que al principio le parecía un baile demasiado gay incluso para él que es gay. Tiene una mirada muy cristalina, se toma su tiempo para explicarnos su afición desde su metro noventa, dice que llegó a ella porque quería "acostarse" con el profesor, pero que no lo consiguió.
Nos muestra las telas de seda, con bordes pesados para lograr los movimientos. Baja el sol, el frío aparece como un fantasma, nos despedimos y toda su amabilidad se transforma en esa frialdad neoyorkina que tanto cuesta comprender. Acá todos cumplen con su parte, al menos los que conocimos, y hasta son muy serviciales. Pero el franeleo y el exceso en demostrar emociones con desconocidos no es su fuerte. Mejor, pensamos. Pero la calidez latina se extraña un poco. Al lado nuestro dos chicas se besan, un hombre lee recostado, otro entrena... todos en lo suyo, todos en paz.
Volvemos cargando el peso de la partida, los sex shops nos hacen reír y un set de filmación impresionante (Harry gets married, peli indpendiente) da un marco justo y necesario de irrealidad.
Es el último día y nos tocó el indian summer, tal como confirmó el bailarín Mark. Son unos días de calor antes de que empiece el crudo invierno y que tanto veníamos esperando desde que Isabelle nos lo comentó. Pegamos la vuelta por Christopher St, el epicentro gay, doblamos por la tercera y después Sullivan.
Todo está abierto, todos caminan, compran, leen, conversan, descansan. En el subte seguro alguien está toando blues, jazz. A toda hora. La ciudad nunca para.
"Es de verdad la ciudad que nunca duerme", digo y un flaco saca un colchón del edifico y lo tira a la calle y lo pienso como una metáfora, como diciendo "¿Para qué dormir?"
Quiero fotografiar todo con mi cámara y mi memoria. Huelo el vapor de las calles, el humo de las comidas que se cocinan en cada esquina, estoy ansioso por llevarme todo, una ilusión. Nos llevamos mucho, es suficiente. Hay que decir adiós, hasta la próxima. Hermosa ciudad.

sábado, 7 de noviembre de 2009


Así es señoras y señores hoy, siete de noviembre de dos mil nueve, Cecilia y yo nos comprometimos. En el Greenwich Village de NY. Un restaurant llamado The Place. Cómo se iba a llamar si no. EL LUGAR.

NOS CASAMOS!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!

aviso de la gerencia del blog



los posts de ayer y hoy serán subidos mañana... no nos dio el tiempo!
pero les contamos, ya que tenemos tantos ávidos lectores, que la pasamos de diez: ayer fuimos al MOMA, una panzada de arte y a la mañana recorrimos el barrio chino que es ENORME.
Hoy hicimos Central Park, Lincoln Center y ahora se viene la cena de romántica!
hasta pronto!

jueves, 5 de noviembre de 2009

Ceci & the City



New York nos regala otro día soleado (cosa que en otoño se aprecia mucho) y salimos sin desayunar a patear el Village y el Soho. En el camino no me canso de sacarle fotos a los edificios, afición que pelea cabeza a cabeza con la de observar a la gente. Acá todos parecen estar concentrados en algo, muchas veces solitarios. Lo noto sobre todo en la gente joven: por las noches hay bares que se llenan de lonely people estudiando, leyendo un libro de poemas, trabajando en la compu. Me despierta cierta admiración esa independencia relajada y mucha envidia que ésta sea su ciudad!
Definitivamente quiero vivir acá un tiempo. Hay algo mágico en el aire, creo ya haberlo dicho antes. Puede que sea esto: NY tiene infinitas caras, es tan versátil, tan cosmopolita, tan movediza e inasible que nunca se acaba. No es sólo la ciudad que nunca duerme, es la ciudad que se muestra pero se escapa de las manos como arena.
La caminata teledirigida por Ceci nos lleva Magnolia Bakery, un hermoso localcito de cupcakes y tortas que aparece en Sex & the City. Las cupcakes de chocolate son exquisitas, probamos también un no se cómo se llama de manzana y uno de limón, deliciosos!!! Los comemos en una placita cruzando la calle, alimentamos a unos simpáticos gorriones y nos quedamos un buen rato porque el desayuno fue una bomba!
Recorremos el Village, me saco una foto con el edificio de Friends de fondo (sí!!! ahora quiero ir a Tom’s Café) y nos metemos por todas las callecitas que podemos. Llegamos a un local de ropa llamado Brooklyn Industries donde hago mi primer estrago con la tarjeta. Después veremos cómo se paga!
Seguimos la caminata y paramos en un bar del Meat Packing District, EL lugar de moda, un barrio cerca del río que solía ser el distrito de corte de carnes y empaquetado y que hoy es top top. Cada parada es un oasis para las piernas y ayuda a descansar la vista por un rato.
Seguimos hasta encontrar el parque que nos recomendó la vendedora del local de ropa, por cierto una catalana muy buena onda. El parque se llama High Line y es una maravilla del reciclaje arquitectónico. En lo que eran vías en desuso, construidas en altura, armaron un parque bien largo, aprovechando la estructura metálica y sumando madera, asientos increíblemente cómodos, plantas, escaleras, arbolitos. Me encantó.
Bajamos, recorremos Chelsea, otro barrio hermoso, muy estilo inglés obviamente y con un epicentro de la movida gay muy grande. Hay sex shops, cines, peluquerías, tiendas, todas gay friendly con sus banderas multicolores y sus arco iris por todos lados.
Sin buscarlo llegamos al Chelsea Market, otra joya del reciclaje, lleno de tiendas que son un viaje en sí mismo. Salimos para volver al High Line y comer ensaladas y sopa en los asientos de madera, que debe ser la cosa más cómoda donde jamás haya posado mi humanidad. Ya van horas de caminata y el cuerpo lo agradece.
Bajamos y así como sin querer aparece Pastis, un restorán-bar de los más lindos que vimos. Ceci me dice que se hizo famoso con Sex & the City. Otra vez Carry se apodera de ella y yo propongo entrar a tomar algo: excelente! Un expreso bien hecho (al fin un café de verdad) y una sidra francesa para mí. Y sí, acá las cosas son así, un poco de glamour no viene mal.
Emprendemos la vuelta, otra vez maravillados por las callecitas del Village. Yo me veo una peli y Ceci sale a caminar un rato más (para mí que la fue a buscar a Carry).
A la noche salimos a buscar el Village Vanguard, histórico boliche de jazz, pero el precio y la nula amabilidad del alien que atiende en la puerta nos expulsan hacia otro bar, donde sí tienen ganas de recibirnos. Comemos y pasamos por Small, un pequeño antro de jazz que conocí en 2001. Los recuerdos de ese viaje se me vienen a la mente y me dibujan una sonrisa. Nos llevamos un programa y prometemos volver el día siguiente. Pasamos por el sex shop de Sex & the City, de casualidad, aunque comienzo a sospechar.
Ah, no les conté, pero mientras yo me fumaba un cigarrillo en la puerta del bar donde cenamos, Ceci salió corriendo para ver la puerta de la casa de… Carry Bradshaw!
Acá hay gato encerrado.

miércoles, 4 de noviembre de 2009

Brooklyn y el poder de la mente



Como todos los días, me levanto solito pasadas las 7. No sé cómo es esto del reloj biológico, pero al mío, cuando estoy de viaje, se le da por la puntualidad y los madrugones. No olviden que hasta hace dos meses yo era una especie de murciélago que se dormía a las 4 o 5 de la mañana (qué lejos quedó Clarín!!!)
Mientras tanto, Ceci duerme acurrucada a su almohada en nuestra cama construida en las alturas (está dos metros arriba del piso, en una estructura de madera), lo que me facilita la tarea de moverme con relativa tranquilidad por el monoambiente sin despertarla.
Estamos exactamente en la mitad del viaje y ya empezamos a contar cuántos días nos quedan, horrible sensación que sólo se supera con el famoso "vivamos cada día, de a uno" o su amigo "sólo existe el presente". Patrañas! Es casi imposible no pensar en que esto se termina en algún momento y eso nos apena.
Nos alistamos para salir a caminar, desayunamos en un cafecito del Soho (hermoso barrio al que volveremos) y enfilamos para el downtown, el sur de la isla, donde estaban las torres y donde explotó Wall Street hace poquito nomás. Justo cuando arranca el centro financiero está la entrada al puente de Brooklyn, tal vez uno de los paseos más lindos. Cruzamos caminando por esa estructura imponente construida en milochosesentaypico, en su momento el puente colgante más largo del mundo. Hierro y roca la estructura, de madera el piso casi como un deck, es una obra maestra. Por abajo nuestro pasan los autos bien rápido y allá abajo muy abajo el East River. Instantáneamente se me pega aquél grito de los Beastie Boys que de adolescente cantaba desaforado: "Dont, stop, till Broookleeen!!!!".
La otra canción que cantamos es la que escuchamos a la mañana, esa de REM que dice "leaving New York never's easy", hermosa y melancólica. Ceci comentó que en el megarecital del viernes con REM todo hubiera sido aún más perfecto. Así estamos el resto del trayecto hasta que dejamos de cantarla. Es entonces cuando enciendo la cámara de fotos para filmar y me concentro en un corredor que viene hacia nosotros, lo sigo con la cámara, me clava la mirada y ahí noto que se parece muuuucho a Michael Stipe (cantante de REM). No lo creemos así que seguimos adelante.
El puente está todo sostenido por cables de acero y si uno se para puede sentir un pequeño balanceo (o tal vez fue el vértigo). La vista de Manhattan desde el puente es única, hipnotizadora, como casi todo acá. La ausencia de las torres se nota mucho, mucho y por un momento me olvido de todas las masacres que emprendieron los yanquis y me pregunto por qué Nueva York: con el Pentágono alcanzaba muchachos; tal vez la Casa Blanca... pero esta ciudad...
Me puse reflexivo, volvamos al relato.
Mil quinientos metros después, nos bajamos en Brooklyn. Acá son todos negros bien negros y latinos como los de las películas que te hablan en ese inglés a lo Al Pacino en Scarface. La diferencia se nota aún más un lunes (los fines de semana hay ferias y como está de moda viene la gente cool de Manhattan). Nos sentamos en el parque que mira hacia la ciudad como en el afiche de Manhattan, de Woody Allen. Hay que seguir, entonces disparamos todas las fotos que podemos (Ceci juega con unas gaviotas y reflexiona sobre el avistaje de aves) y recorremos algo de este barrio, uno de los cinco que conforman NY. Nos cuesta encontrarle el encanto, tal vez porque vamos primero a la zona comercial, bastante fea, llena de megatiendas de ropa. Tal vez nos sentimos un poco intimidados: acá todos hablan más fuerte y claramente somos visitantes. Al fin damos con el "ayuntamiento" (ja!, ahora puedo decir palabras como esa y como mantequiya de maní) y una viejita muy copada nos llena de mapas y datos en el centro de info turística. Entonces nos adentramos en Brooklyn Heights, un barrio dentro del barrio (Brooklyn tiene media docena de barrios) de los más lindos que vimos: casita de ladrillo a la vista con esas escaleras acompañadas por barandas de hierro negras, muchos árboles que gracias al otoño nos regalan una paleta que va del verde al marrón clarito y por sobre todas las cosas, mucha paz y silencio. Parece que viven muchos famosos por acá y no nos extraña. Llegamos al Promenade (como un gran gran balcón-costanera que da al East River, con la estatua de la Libertad y Manhattan de fondo) gracias a un viejito que juro era igual a Mickey, el entrenador de Rocky, que nos grita "Hey, you, young people! are you looking for the promenade!?" con un acento muy gracioso.
Las casas acá son impresionantes.
Emprendemos la vuelta (a esta altura ya caminamos unos 8 kilómetros, lo que no es nada comparado con los 42 de la maratón ahora que lo pienso). Estamos cansados así que nos reponemos con un café en Starbucks, que la verdad está muy bueno. Lo que sí no entiendo cómo carajo hacen para inventar tantas opciones para un simple café con leche: latte, moca, expresso, con crema, con chocolate, con frutilla, caliente, helado, con hielo, licuado, descafeinado, cremoso, doble, triple... aaahhh!!! sólo quiero un café con chele viejo!
Al mejor estilo norteamericano, caminamos con el vasito de plástico en la mano -acá todos van con un café, algo para comer o el celular en la mano- hasta encontrar la escalera al Brooklyn Bridge.
La vuelta con el atardecer es aún más bella. Se encienden las luces de los "skycrapers" y la magia es completa.
Ya de vuelta emprendemos la caminata hacia casa, entramos a algunas tiendas en el Soho y caemos rendidos en el piso del departamento. Una cerveza y a bajar las fotos, el ritual de cada día.
Después del descanso, salimos para nuestra primera experiencia en el lavadero de ropa. Para los que vieron Friends, recuerden el capítulo en que Ross y Rachel van juntos a lavar y ella, recién llegada a la gran ciudad, no entiende nada. Así no sentimos Ceci y yo. El lugar tiene unas 20 máquinas para lavar, otras tantas para secar, máquinas expendedoras de jabón, máquinas que te dan cambio para meter las 18 monedas de 25 que cuesta el lavado, carritos para llevar la ropa... máquinas por todos lados y ningún empleado. Es así, acá el Laundrymatic le hace honor a su nombre: no hay nadie para atenderte, sólo un local abierto las 24 horas con luces de neón (que acá abundan). Superada la prueba, no sin dificultades (entre otras cosas entró un mendigo en silla de ruedas a comer su cena, con un cóctel de olores que a Ceci le dio arcadas), salimos orgullosos como si acabáramos de rendir un examen de física cuántica.
Nos acostamos tarde después de cenar en lo que hasta ahora es nuestro restaurante favorito, el Dojo, cerquita de casa, en el Greenwich Village. Ya de entrada te traen dos vasos de agua con hielo y luego una ensalada, que acá va con todo muy a pesar del país de las hamburguesas. Y los platos son deliciosos. Creanme que acá es más barato salir a cenar que en Buenos Aires!
Y sí, cuadro por cuadro comprobamos que el corredor furtivo, era el frontman de REM. El poder de la mente, reflexionamos con Ceci, es asombroso.

lunes, 2 de noviembre de 2009

Halloween es cosa seria


Sábado 31. Happy Halloween!!! Cansaditos de la noche anterior, todavía aturdidos por el tsunami musical que presenciamos, nos levantamos tarde y charlamos con nuestros respectivos papis (Eduardo y Curt). Caminamos hasta Washington Square Park y empezamos a comprobar que los yanquis se toman muy en serio esta celebración de Halloween. La plaza estaba llena de nenes disfrazados jugando felices. Con esa buena onda cargamos pilas y encaramos para el Guggenheim, en la 90 y la Quinta.
Un museo que es una obra de arte en sí mismo (obra de Wright). La muestra de Kandinsky dejó a Ceci pipona de su pintor favorito (compramos lámina!!!) y además vimos la expo permanente (Picasso y su mujer rosa –una adolescente de 17 años con la que tuvo un affaire a sus 50 y pico-; Monet, Van Gogh, Gauguin, Pisarro).
Ceci me regaló un Lego para armar la réplica del museo!!!!!!!!! Con eso ya sé que voy a estar toda una tarde en Buenos Aires, recordando este viaje.
Colectivo desde el Central Park hasta el barrio, que ya se disfrazaba de fiesta. Descanso y salida a ver el parade: miles de personas disfrazadas, gritando, divirtiéndose, sacando fotos y posando. Nuestros improvisados outfits: cuban revolutionary (yo) y hot geisha (Ceci). Comimos los famosos y deliciosos falafels a la vuelta del departamento. Comprobamos que no se puede tomar alcohol en la calle: a una chica la multó un policía (y las multas acá son caras y se pagan; si no recogés la caca de tu perro te cobran hasta 1.000 dólares)
Dimos vueltas intentando esclarecer en qué consistía el “parade” (a dónde iba la gente, qué tomaban, cuál era “el” chiste)... hasta que descubrimos que el único chiste era divertirse en la calle y a pesar de la llovizna. A la vuelta caímos redondos, pero no de ricota.
La crónica compartida del domingo pueden leerla en www.elotro-elmismo.blogspot.com

domingo, 1 de noviembre de 2009

crónicas compartidas IV



Viernes 30. La mañana se vio alterada cuando Ceci descubrió en Craiglist que todavía quedaban entradas disponibles para el show por el 25 aniversario del Rock&Roll Hall of Fame, un recital para el que veníamos intentando conseguir tickets desde que sacamos los pasajes hace más de tres meses. Fue un lío comprarlos porque sólo aceptaban crédito, y no argentino. Tras un llamado al Toro en Londres para pedirle su tarjeta, terminamos comprando una tarjeta de crédito “instantánea” y recargable que nos permitió adquirir las entradas por teléfono (primera incursión a Duane Read, donde por supuesto, como en todos lados, había empleados que hablaban español).
Paseo al Midtown para retirar los tickets. Subte hasta Grand Central Terminal, con su reloj de cuatro caras y esos techos increíblemente hermosos. Caminata hasta la Public Library, hermosa (descubrimos que atesora una de las 45 biblias de Gutemberg que hay en todo el mundo) y luego hasta Time Square, impactante con sus carteles móviles y luminosos… parece el mismísimo centro del mundo. Retiramos los tickets y buscamos un lugar para comer: una pegada la parrillita escondida donde almorzamos pollo con papas y hongos.
Ceci vio el local de m&m y salió corriendo; yo me quedé a filmar y sacar fotos en la escalinata de Tkts y cuando la fui a buscar nos desencontramos (aaaahhh). Nos compramos dos cuadritos para casita y enfilamos hacia la Quinta Avenida, por donde llegamos al Rockefeller Center. Vimos la pista de patinaje sobre hielo (Ceci recordó “Love Story”) rodeada por banderitas de todos los países menos de Argentina, y sus imponentes edificios que son el epicentro de la riqueza norteamericana (después nos enteramos que el enorme complejo –tiene 16 manzanas subterráneas- fue comprado por japoneses). Enfrente está la St. Patrick Cathedral, muy bella por fuera (el adentro no nos conmovió mucho). Cansaditos volvimos para reponernos un ratito antes del que sería el gran show de nuestras vidas.