De chico leí una frase en un libro que siempre me quedó dando vueltas: "Momo (una niña huérfana) tenía el don de escuchar". Cuando me preguntaban qué quería ser de grande, yo respondía "médico de día, escritor de noche". Imaginaba, recostado en el Citrôen 2cv de mi vieja, que todos eramos parte del sueño de un gigante y temía que al despertarse, el mundo desapareciera. Vivía en mi bici y colgado de los árboles de la calle Tapiales. Ahora tengo 31, soy periodista -la medicina quedará para otra vida- y sigo admirando a quienes saben escuchar, observar. Pero sobre todo a los que pueden decir -con música, en versos, con imágenes, pinturas- algo sobre todo este misterio que nos rodea. Los que tratan de expresar lo inefable.