Para mí esos eran sus nombres. Supe cómo se llamaban recién cuando mi abuela murió, hace ya 20 años. Y no fue sino mucho tiempo después cuando empecé a preguntar por su historia. En un trabajo para la facultad me pedían que entrevistara a mi familia, así que allá fui con mi grabador a hablar con mi viejo.
Inmediatamente sentí empatía con mi abuelo Adam. Una mezcla de admiración y tristeza por no haberlo conocido. Esto me volvió a pasar el jueves, diez años después de aquella charla.
Fui a almorzar con mi viejo y quise indagar un poco más en la historia familias, precisar algunas fechas y sobre todo, ver qué estaba haciendo Adam (y también mi viejo) a mi edad.
Con 29 años mi abuelo había llegado a la Argentina, después de pelear en la Gran Guerra, dondea participó de batallas históricas como las de Verdun y Somme, en esas desesperantes luchas cuerpo a cuerpo y trinchera a trinchera.
Entonces, era un inmigrante que huía de las ruinas de la guerra.
Cayó en Comodoro Rivadavia, contratado por una empresa petrolera y allí tuvo a su primera hija, Margot, con Elisabeth Kröner. Elisabeth murió y mi abuelo se volvió a Alemania, dejó a Margot con sus hermanas y se fue a recorrer el mundo. Ciudad del Cabo, donde inició un negocio de minería con su hermano (que murió ahogado en el mar);o Shangai, donde se instaló para vender seda. Finalmente volvió a Alemania y en el 36 le ofrecieron entrar nuevamente al ejército, esta vez con Hitler al mando de las tropas nazis, que se rearmaban para escribir el capítulo más negro de la historia de la humanidad. Dice la leyenda que mi abuelo conoció a Hitler en un mitin en Berlín, que se asustó con su discurso (no voy a decir que era un defensor de la causa judía, pero lejos estaba de comulgar con las ideas del Führer. Así que armó la valija y emprendió la vuelta a estas tierras: ahí, en el buque, conoció a mi abuela, la Oma, o Ana María Egenberger. Mi abuelo ya tenía 41 y ella sólo 30... El era un hombre golpeado y ella una rubia petisita que trabajaba de gobernanta en una casa en San Isidro: se ocupada de la casa y los hijos de una acomodada familia criolla. Esto era común en los tiempos de la Europa empobrecida: las hijas mujeres viajaban a trabajar para mandar dinero a las sus familias hambrientas (y en esa época las familias sí que eran numerosoas: tenía 10 hermanos, al igual que mi abuelo).
Pero claro, Adam no iba a permitir que su mujer trabajara, así que se fueron juntos a Tartagal y luego a Mina Aguilar, en Jujuy, a trabajar en una empresa minera. O sea que mi abuela, a los 30, empezaba de cero ("ella decía que no había tenido historia antes de conocerlo, pero era muy reservada").
Mi abuelo, por otra parte, no tenía ninguna profesión, pero era bueno con los números y una vocación de dibujante que dejó plasmada en un cuadro sobre la guerra. Allí nacieron mi papá y mi tía Wilma.
La historia sigue y ya me extendí bastante más allá de los 30 años: pero me quedó grabada una frase que me dijo mi viejo mientras comíamos. "Tu abuelo decía siempre que había empezado de cero cinco veces en su vida". Murió enfermo de Parkinson y paludismo en Belgrano, donde había abierto un negocio de artículos regionales que aún sobrevive. Mi abuela siguió adelante y hasta ¡se volvió a casar! No era poca cosa para la época. Alí, el verdulero de la cuadra, la conquistó entre frutas y flores.
No sé muy bien a dónde voy con esto, o sí: en este momento, donde surgen tantas dudas sobre mi profesión (y sobre todo dónde ejercerla) y se despiertan otras pasiones, el recuerdo de mi abuelo me da fuerza. También el de mi viejo: a los 30 todavía no había arrancado la carrera de Medicina. Lo hizo tres años después, se recibió, estudió Psiquiatría y hasta hoy es un psicoanalista que no para de trabajar. Antes hizo de todo: desde traductor hasta periodista, y de empledo de una empresa química hasta microemprendedor con una negocio de pulóveres. En el medio además estudió Filosofía en Friburgo, se hizo cargo del negocio cuando mi abuelo enfermó y se casó dos veces (sí, dos veces antes de los 30). Nacieron mis hermanos y tuvo polio.
Tengo dos buenos ejemplos para hacerle caso a lo que dijo mi viejo, mientras el vino se subía a la cabeza y el jazz lo inundaba de felicidad en el restorán de Palermo: "Animáte a soltar".
Gracias Pa, es uno de los mejores consejos que me diste en mi vida.
Un labial rojo
Hace 6 años
1 comentario:
Me emocionó mucho el relato. Es hermoso que puedas rastrear en la historia de tu familia, y tener esas charlas con tu viejo. ¡Qué abuelito te echaste!! Imagino un libro llamado "El mundo según lo vio Adam Hacker"
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